viernes, 18 de noviembre de 2011

El cobro

Cartelito pegado abajo del timbre, Aguarde y será atendido. Ya me había aclarado en el mail que toque y espere, que siempre hay alguien. Me atendió una chica de veinticinco o veintiséis años, pantalón ajustado, la remera le quedaba apenas holgada. Mientras atravesábamos la larga galería entendí por qué la aclaración en el timbre. La casa era muy simple y casi no tenía muebles, apenas una mesa con una sola silla y una cama de dos plazas. Me quedé parado al lado de la puerta con el libro en la mano. Me preguntó si me podía pagar con una planta. Inmediatamente me acordé lo que me dijeron en una editorial -en julio o agosto, no me acuerdo bien ahora-, supuestamente ellos me ofrecían el servicio de distribución y, fundamentalmente, de cobro, que era la más incómodo. Pobres diablos. En el patio, apoyadas en el suelo, había tres macetas: tres tallos de pie a pleno sol. Me dejó elegir. Me miraba entusiasmada, como si me estuviera haciendo un favor. Me explicó que las semillas son importadas, todas señoritas, que para después del verano salían como trompada. Usó la palabra trompada por lo menos cuatro veces. Salí a la calle con una de las macetas adentro de un cono ridículo de papel de diario. Ahora, a esperar.

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