Las dedicatorias

Es curiosa la costumbre de pedir una firma en un libro. No estoy acostumbrado a pedir, y menos que menos a que me pidan, es mi primera novela. Escribirle una dedicatoria a un amigo o a un familiar es bastante simple, siempre queda bien un Para _ _ _, con afecto...; al menos no es una dedicatoria hipócrita, se supone que ya nos conocemos y la palabra afecto arrastra el suficiente poco compromiso si no somos muy allegados. El tema es la firma para un desconocido. La verdad es que no le guardo ningún afecto a una persona que no conozco. Los dos sabemos eso, pero igual el desconocido exige una firma, como si el libro fuera a convertirse en un objeto más valioso si está garabateado por el autor. Lo único interesante es que se trata de una hipocresía consensuada: el desconocido se miente a sí mismo acerca del falso -evidentemente falso- sentimiento expresado y el autor sabe que está diseñando esa falsedad, buscando a toda velocidad las palabras más correctas y livianas. Dado el caso y sin encontrar ninguna posibilidad de esquivar la hipocresía decidí ser absolutamente hipócrita y escribir palabras exageradas, grandilocuentes, edulcoradas de sentimiento. Ayer a la tarde, por ejemplo, escribí: “Para _ _ _, sos el mejor lector que conocí en mi vida. Es un honor dedicarte este libro, genio”. Un par de horas después tuve que firmar otro: “Para _ _ _, mi admiración por vos me obnubila, ni bien termino de escribir estas palabras que no están a la altura de tu magnificencia voy a pedirte que nos saquemos una foto”. Hoy, directamente escribí: “Para _ _ _ . Te amo”. Y no sólo eso, apoyé una rodilla en el suelo y me llevé una mano al pecho. Sospecho que no fue buena idea. El librazo me rebotó en la boca.